Hal Ashby
o el arte del Montaje
encarna a la perfección las contradicciones, el auge y la caída del Nuevo Hollywood
un personaje atípico en el mundo del cine
con pequeñas obras maestras en las que deja ver el sello de un autor sobresaliente
Si hay un director que encarne a la perfección las contradicciones,
el auge y la caída del Nuevo Hollywood, ése es William Hal Ashby
(1929-88). Nacido y criado en el seno de una familia mormona, y
marcado indeleblemente por el suicidio de su padre, Ashby creció
deprisa (casado y divorciado a los 19) y sin un objetivo claro en la
vida (excepto huir de las ataduras y los compromisos familiares).
El destino habitual de los jóvenes desarraigados era California,
la meca de las oportunidades, y hacia allí encaminó sus pasos. El
azar le llevó a trabajar para los estudios Universal y, tras una etapa
de aprendizaje como asistente de edición, acabó convirtiéndose
en uno de los mejores montadores del negocio, ganando un
Oscar (por En el calor de la noche) y debutando en la dirección
apadrinado por Norman Jewison. Y aunque lo hizo tarde (con
más de 40 años), su espíritu jovial y contestatario encajó como un
guante con los jóvenes turcos que tomaron Hollywood al asalto.
La década prodigiosa de los 70, donde Ashby dirigió el grueso de
su obra, fueron unos años de transición en el juego de Hollywood
(entre el desplome del sistema de estudios y la era del blockbuster).
Este hecho permitió la irrupción tumultuosa de un grupo de
jóvenes creadores que revolucionaron las formas imperantes
e introdujeron la autoría total en sus obras. Entre Easy Rider
(1969) y La puerta del cielo (1980), los locos se hicieron cargo
del manicomio. Muchos procedían de la contracultura, aunque
sus aspiraciones artísticas y la falta de controles financieros
pusieron pronto fin a la utopía. Por el camino quedaron un puñado
de obras maestras, una cuadrilla de realizadores que sostendrían
la industria en los años venideros y un cambio imparable en los
modos de Tinseltown. Durante esos años dorados, Ashby pudo
dar rienda libre a su talento excepcional, aunque los 80 de la
América de Reagan supusieron un duro golpe para la mayoría de
los creadores más singulares (Cimino, Altman, Malick, Hellman)
y un fin de ciclo.
Ashby siempre se caracterizó por trasladar su filosofía hippy a su
forma de trabajo, dando gran libertad a los actores para desarrollar
sus escenas e improvisar, creando un entorno relajado en el set.
Los personajes que pululan por su cine casi siempre hacen gala de
un punto excéntrico, o cuando menos marginal, que los aleja de
las convenciones sociales. Y esta singularidad dota a sus películas
de un humor punzante pero sutil, y revela una mirada atenta pero
irónica a los males de nuestra sociedad. Sin embargo, su forma
desordenada de afrontar los rodajes también supuso su propia
perdición. Ashby era errático, lento, perfeccionista, independiente
y obstinado, características éstas que casaban mal con las
exigencias de sus productores. Además de consumidor habitual
de drogas (de la marihuana de sus primeros años a la adicción a la
cocaína que lastró su carrera en los 80) y fumador compulsivo. Su
deteriorada salud precipitó su temprana muerte a los 59 años. Pero
todavía hoy es posible detectar su influencia en algunos de los
creadores más personales de la actualidad (Wes Anderson, David
- Russell, Alexander Payne) y sigue siendo considerado el gran
“director de directores”.